República o podredumbre
Por Luis Gonzalo Segura
Dibujo de portada: Ferreres en El Periódico
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El silencio oculta el 14 de abril de la misma forma que
amortaja el 23-F, el golpismo y los chanchullos de la Monarquía, las cunetas
llenas de cadáveres, las manos ensangrentadas de Aznar y
González, el gran negocio de la industria armamentística durante el gobierno de
Zapatero y tantas otras historias escandalosas (como la que cuento en Código
rojo sobre el tráfico de armas y que ha sido corroborada de nuevo por los
Papeles de Panamá: Aznar, Agag, Blesa, Juan Carlos I, El Assir y las armas…;
una ficción demasiado real).
Sin embargo, hablar de la República en estos momentos va
mucho más allá, es una cuestión de moral e higiene. Es asunto de moral porque
seguir continuando con un gobierno basado en la desigualdad jurídica y
económica o las nuevas formas de autoritarismo, que se apoyan en la
concentración de poderes y la prostitución periodística, nos conducirá tarde o
temprano al fracaso. Hemos convertido a nuestros políticos en pequeños
dictadores, a nuestros reyes (porque no era suficiente con uno) en semidioses
jurídicamente hablando y a los pobres españoles y españoles pobres en
ciudadanos que cada día menos tienen y más lejos se encuentran de los que sí
tienen.
Todo ello se ha cimentado en lo que algunos llaman Transición
y otros Régimen del 78. Sinceramente, me niego a denominarlo de ninguna de
estas formas. No hay transición porque ello significa un cambio de estado que
no se ha producido. No hemos mutado de una dictadura a una democracia, si es lo
que se pretende definir con ese concepto, y menos de un día para otro en esa
idílica generosidad y altura de miras que se nos atribuye. En todo caso,
podríamos afirmar que hemos consentido en disfrazar a la dictadura de
democracia.
No somos una dictadura porque ya no fusilamos a los
disidentes, pero encarcelamos a los titiriteros como en las dictaduras más
rancias. No somos una democracia porque la concentración de poderes y el
control de los medios de comunicación es tan evidente que roza la obscenidad
cuando nombran a Paco Marhuenda comisario honorífico (aun siendo condenado por
difamar a un policía). Tampoco respetamos los derechos humanos, no tanto por
los atropellos a la libertad de expresión o creación, sino por las concertinas,
las guerras neocolonialistas y la fosa común llamada Mediterráneo. Así pues,
somos una democracia solo en apariencia porque carecemos de muchas de las
características principales que nos separarían de un régimen autoritario.
Tampoco me gusta hablar del Régimen del 78 porque la realidad
es que nuestro gobierno no emana de nada que ocurriese en 1978, sino que deriva
directamente de 1936. La realidad es que no fue el rey un extraño que
aterrizase en España el 21 de noviembre de 1975, aunque no era necesario que lo
fuese. Hubiese sido suficiente con que su comportamiento no oscilase entre hijo
adoptivo de Franco y fiel lacayo del mismo mientras se fusilaba y reprimía.
Incluso, puede que nos conformásemos con una enérgica y continuada condena de
Franco y todo lo que le rodeó, pero seguimos sin noticias.
Pretender afirmar que el régimen ha cambiado porque no somos
la dictadura franquista del 75 es un terrible error o un gran fraude, según se
mire. Esta argumentación lo que quiere demostrar es que si no somos la España
franquista del 75, somos una democracia. El problema es que la veracidad de la
primera afirmación no transforma la falsedad de la segunda. Ciertamente, no
somos la España de 1975, sería un insulto plantear lo contrario, pero la España
de 1975 tampoco era la España de 1939, ni la de 1945, 1950, 1960 o 1970 y, no
cabe duda, todas estas etapas pertenecían a la misma España. Los estados
evolucionan y pueden, incluso, crecer económicamente, pero eso no significa que
hayan cambiado de estado (igual que la China de hoy no tiene nada que ver con
la China de Tiananmén -1989-). Si pensamos fríamente, lo que hacían antes los
militares en España (atemorizar, silenciar y amenazar), ahora lo hacen muchos
periodistas y lo que antes hacían las familias franquistas ahora lo hacen los
hijos de estas junto a los políticos, los poderosos y los banqueros.
La República también es una cuestión higiénica porque la
putrefacción de la corrupción, la indecencia del saqueo al que somos sometidos,
la vergüenza de escándalos como Panamá y la connivencia de todos los poderes
con este repugnante sistema, en cuya pirámide está la Monarquía, es por
completo insoportable. Por si no fuera poco, la sensación no es la de una
Monarquía que se encuentra envuelta en esta lamentable situación por casualidad
o casi por obligación, sino que dan la impresión, noticia a noticia, de
tratarse de unos comensales que se encuentran muy cómodos rebuscando en los
cubos de basura. La última: Pilar de Borbón en Panamá.
En la actualidad, una República no supone cortar cabezas ni
degenerar en el caos como muchos afirman. Se trata, por el contrario, de
conseguir que todos seamos iguales ante la justicia y que los cimientos del
nuevo edificio que levantemos no se asienten sobre un terreno tan fangoso como
el borbonismo y el franquismo. Por supuesto, también es necesario recuperar la
ilusión de levantar un país nuevo y diferente, algo mejor, y no dejar esta
cochambrosa pocilga a las siguientes generaciones.
Si por el motivo que fuera, fuésemos incapaces de vivir sin
los reyes, por lo menos exijamos la igualdad de todos ante la ley. Es de vital
importancia que los reyes, familiares y compis-yoguis, como todos, respondan
ante los tribunales, los ciudadanos y los diputados.
República o podredumbre, esa es la elección.
Luis Gonzalo Segura, exteniente del Ejército de Tierra,
miembro del colectivo Anemoi.
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