LA UMD Y SU PAPEL EN LA TRANSICIÓN
Xosé Fortes Bouzán. Coronel, miembro fundador de la UMD.
El ejército español siempre fue
un universo poco permeable, pero en el franquismo su hermetismo llegó a tales
extremos que resultaba muy difícil salir de la burbuja. Salir para poder respirar
y visualizar desde fuera su papel político, que no era otro que el de sostén del
régimen. Al fin y al cabo era el ejército de la victoria.
A los oficiales salidos de las
academias militares en los años cincuenta nos resultó muy difícil romper el
cerco amurado que aislaba y protegía a las fuerzas armadas. En buena medida fue
la práctica profesional la que contribuyó a acercarnos, a través de los
reclutas y alféreces de milicias, a la realidad social y a las demandas políticas
del país, que podíamos resumir en dos palabras: Democracia y Europa.
Pero no fue fácil. Unos lo
hicieron a través de Forja, un colectivo militar de vocación humanística y rigurosas
exigencias éticas. Otros lo hicimos a través de la Universidad, el colectivo
más politizado del tardofranquismo.
Otros simplemente leyendo o por contagio de algún compañero. Pero llevó su
tiempo. Sólo a finales de los años sesenta comenzaron a surgir oficiales
claramente antifranquistas. Aún así, nunca pasamos de pequeños grupos de ámbito local o regional.
El paso a la clandestinidad, y la
fundación de una organización de ámbito nacional, la UMD, se produjo por
factores internos (el anquilosamiento del régimen), pero también por influencias externas: El golpe militar de
Chile -todavía recuerdo el impacto de aquella portada de luto riguroso de la
revista “Triunfo” -, y la Revolución de los Claveles.
Chile dividió al ejército. Creó
dos alas opuestas en los extremos de aquel colectivo mayoritariamente despolitizado:
los ultras, defensores a ultranza del régimen del 18 de julio, y los que
comenzamos a comprender que la democracia era el único camino hacia Europa y la
libertad. La tensión de los debates hizo irrespirable la atmósfera de los cuarteles.
Portugal nos deslumbró. Aquella
revolución sin otros tintes rojos que los de los claveles, aquella canción de Zeca
Afonso, Grándola, vila morena, aquella
explosión de alegría popular y color que rompió la grisura del salazarismo nos llegaron a lo
más hondo. Entre los artículos clandestinos de aquel año gozó de amplia
difusión uno titulado ¿Dónde están los
capitanes?
Sin embargo, pese a nuestra
admiración por los capitanes de abril, descartamos desde el principio cualquier
suerte de golpe militar. No sólo porque representaba un mal ejemplo, un eslabón
más en la larga cadena de golpes y pronunciamientos militares tan propios del
ejército español, sino porque entrañaba el riesgo de otra guerra civil.
Como, por otra parte, se fue
acentuando la involución del régimen y del núcleo ultra de las propias fuerzas
armadas -eran años de “ejército al poder”-, nuestro objetivo parecía diáfano: tratar
de neutralizar el protagonismo político de las fuerzas armadas, el mayor obstáculo para una transición
pacífica a la democracia. En vez de un golpe a la portuguesa, optamos por un pronunciamiento pasivo: Mojar la pólvora de aquel ejército “azul”.
Esta fue la razón por la que, a
pesar de los riesgos que comportaba, decidimos fundar la UMD, nos esforzamos en
ampliar la conciencia democrática en las fuerzas armadas, nos reunimos con la
oposición clandestina y con asociaciones profesionales, como Justicia
Democrática, y nos disolvimos al constituirse el primer parlamento democrático.
Protagonismo militar, teniendo en cuenta nuestra historia, el mínimo.
No fue coser y cantar. Además de
un curso acelerado de clandestinidad teníamos que movernos en el filo de la
navaja: si no hacíamos proselitismo democrático, no creceríamos como
organización ni influiríamos en la ideología de la oficialidad, y si lo
hacíamos los riesgos de ser detectados se multiplicaban. Meses antes de las
detenciones, cuando el número de afiliados alcanzó la masa crítica, nos
lanzamos a tumba abierta. Llegamos a creer ingenuamente que el régimen no se
atrevería a detener a un centenar largo de oficiales.
No lo hizo, se limitó a detener
las cúpulas de la organización, el Comité Ejecutivo Nacional y el Comité Táctico.
Luego vino el calvario. Nos sometieron a un consejo de guerra plagado de irregularidades
(no permitieron nuestra defensa letrada y fuimos abucheados e insultados
durante la vista), nos condenaron a varios años de prisión, y nos expulsaron
del ejército. Pero pagaron costos publicitarios: reconocer que las ansias de
democracia habían llegado a las fuerzas armadas.
Aunque perdimos todas las
batallas, terminamos ganando la guerra. Nuestro compañero Bernardo Vidal lo
expresó con un brindis en la primera cena constitucional: “La UMD ha muerto,
viva la Constitución”.
La Transición no hubiera sido
posible, o no hubiera sido la misma, sin la participación de la UMD, sin aquel estremecimiento
que recorrió la espina dorsal de los escalones de mando, sin la inseguridad
provocada por la propia existencia de un colectivo democrático cuya entidad
sería exagerada por los propios servicios de información. La simple existencia
de la UMD paralizó al sector ultra. Cuando quisieron reaccionar (23-F) era
afortunadamente demasiado tarde.
Pagamos un alto precio. Pasamos
un año en prisión (nos liberó la amnistía de Adolfo Suarez) y tuvimos que
buscarnos la vida como pudimos durante diez años.
Con lo que no contábamos era con
la excesiva tardanza de los gobiernos constitucionales en reconocer nuestra aportación a la lucha por la
democracia.
Todos comprendimos en su día las
razones de nuestra exclusión de la ley de amnistía y el fracaso de las diversas iniciativas para
ampliar dicha ley a los militares demócratas. El propio Gutiérrez Mellado lo
expresó con toda crudeza: La UMD era
entonces, todavía, un pretexto para los que estaban dispuestos a actuar contra
la democracia.
Incluso comprendimos, aunque nos
costó un poco más, los cuatro largos años que tardó el gobierno socialista en
rehabilitarnos, a pesar del arrollador triunfo electoral de 1982 (Es una cuestión de justicia pero no
prioritaria, diría Felipe González a un periodista). No entendimos, sin
embargo, la índole cicatera (sin efectos económicos) de aquella rehabilitación
y su carácter meramente formal (nos negaron destinos y ascensos y tuvimos que
pedir el pase a la reserva). Tampoco, la persecución que sufrieron todos los
oficiales demócratas que permanecían en activo, ni esa especie de velo que terminó
ocultando la memoria de la UMD en varios textos sobre la transición.
Por eso agradecimos profundamente
el reconocimiento del parlamento español, sin ningún voto en contra (aunque se
abstuvo el PP) por nuestra decisiva aportación al restablecimiento de la
democracia, y la medalla al mérito militar que nos concedió el gobierno de
Rodríguez Zapatero, a propuesta de la recientemente fallecida ministra de Defensa, Carme Chacón. Según sus
palabras: “por vuestro valor, vuestro patriotismo y vuestra alta conciencia democrática.”
Y por eso también agradecemos muy
vivamente el próximo homenaje en tierras asturianas. Porque Asturias es
Asturias y lo demás, tierra conquistada. En nombre de mis compañeros, ¡muchas gracias!.
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