Reflexiones sobre las consecuencias posibles del virus

Allejandro Villa Allande 
Presidente Ateneo Republicano de Asturias

Parece evidente que la madre tierra (GEA) no puede soportar el peso de los siete mil seiscientos millones de seres humanos que la pueblan. Y menos aún con la realidad económico-social dominante.


Veamos algunos datos globales: Año tras año se está reduciendo la capacidad de GEA para “absorber” la contaminación producida por todos nosotros. A finales de julio de 2019, GEA estaba ya saturada, es decir, había llegado al máximo de la capacidad anual de absorción del dióxido de carbono, la capacidad de la biosfera de proveernos con materiales renovables (textiles, comida, pescado, madera) y en otros aspectos, como el de la construcción de viviendas y vías de comunicación, etc.
El primer capítulo, el más peligroso, de la agresión a GEA se origina en el consumo masivo de combustibles fósiles: carbón, petróleo y gas “natural”. 
La producción y el consumo de carbón y lignito siguen aumentando a pesar de la disminución en dos de los conjuntos industriales más importantes, es decir, la Unión Europea y Estados Unidos. A día de hoy, casi la mitad de la producción y del consumo lo acapara China.
Uno recuerda cuando una producción de 300 millones de toneladas de carbón era estratosférica. China produce actualmente 3.500 millones de toneladas. La siguen India, Estados Unidos, Australia, Indonesia, Rusia, Suráfrica, Alemania y Polonia. Todos ellos juntos producen aproximadamente lo mismo que China, que necesita importar otros 300 millones de toneladas para atender a su consumo.
En cuanto al petróleo, hemos llegado ya al consumo de cien millones de barriles diarios. Considerando que el barril de petróleo pesa, según la densidad, entre 120 y 150 kg (poco más de unos siete barriles equivalen a una tonelada) por lo que, a grosso modo, estamos consumiendo cerca de trece millones de toneladas de petróleo al día. Cuatro mil quinientos millones al año. Junto con los gases refrigerantes, contribuyen al calentamiento global. Estos gases son también los responsables más directos de la destrucción de la capa de ozono.
Con cifras del año 2018, el gas natural es el combustible que más aumenta en producción y, por consiguiente, en consumo. Estados Unidos, Rusia, Irán, Canadá, Qatar, China, Noruega y Australia encabezan la producción, aunque hay que tener en cuenta que entre Estados Unidos y Rusia superan ampliamente, con 1.600 millones de m3, al resto de productores juntos.
Además del refino, de la ingente industria química dedicada a su transformación, más del 90% del petróleo se quema y se emiten sus residuos químicos a la atmósfera. No solamente CO2, sino también multitud de componentes que contribuyen al envenenamiento y destrucción de la delgada biosfera que envuelve, protege y, en definitiva, da vida a GEA y a todos los seres vivientes, plantas y animales.
No tenemos en cuenta los ingentes incendios forestales que van aumentando progresivamente en todo el planeta. Muchos de ellos provocados para ganar terreno para la producción agrícola (soja, aceite de palma, cacao) y ganadera, sobre todo para producir más carne de res. Esta pérdida de masas forestales disminuye gravemente la capacidad de los bosques de absorción del CO2, además de contribuir al importante aumento de mercurio en la atmósfera.
Las consecuencias devastadoras de tal nivel de consumo se hacen evidentes en todo el planeta: desde las islas enormes de plásticos en los océanos, a la disminución drástica de las masas heladas y glaciares, al aumento brutal de la temperatura media en tantas zonas de GEA, al peligro de desaparición de especies vegetales y animales y al deterioro evidente de las condiciones de vida de todos.
Sin olvidar que las incursiones humanas en los últimos reductos de biodiversidad del planeta facilitan la exposición a virus que no conocíamos (¿el Corona, por ejemplo?) y a la desaparición de multitud de hongos.
Ejemplos que subrayan todo lo anterior sobran. Somos la especie más depredadora, con el increíble añadido que somos capaces, y lo hacemos cotidianamente, de depredar sobre nuestros semejantes.
No se trata solamente de subsistir y de prolongar indefinidamente nuestra presencia, y la de las demás especies, en GEA. Se trata, sobre todo, de una actitud de racionalidad, de lógica, de compasión, de inteligencia emocional. Se trata de cambiar radicalmente nuestra forma de vida, para que la subsistencia de todos sea posible.
Propuestas para cambiar nuestra forma de vida
Para ello, se propone lo siguiente:
Reducir el consumo de toda clase de productos en los países ricos, teniendo siempre en cuenta el porcentaje (hasta el 20%) de población propia marginada y/o sobreexplotada. Como ejemplos visibles del consumo absurdo, véase la ingesta de alimentos y de bebidas por parte de la mayoría de la población de los países ricos, y de los ricos de los países pobres.
Con el añadido, por vez primera en la historia de la Humanidad, que la ingesta de grasas, de sal y de azúcares entre los pobres -muchos niños beben colas o equivalentes con la comida, cuando en generaciones anteriores bebían agua- está causando obesidad hasta tal punto que parece ser México el país con el mayor problema de sobrepeso del planeta; y seguro que la mayoría de los ricos de México no están gordos.
Se trataría por tanto de cambiar a una agricultura de “proximidad” y estacional, y que no explote a los países tropicales con cultivos como los mencionados más arriba. Seguramente la soja y el aceite de palma se han convertido en dos de los productos más comercializados del planeta porque descansa la producción en enormes extensiones de terreno barato y en una explotación de mano de obra aún más barata, sin controles ambientales ni laborales, maximizando así el beneficio de las grandes corporaciones.
Llegar al pleno empleo mediante reducción de la jornada laboral (30 horas semanales) prestando especial atención a los sectores de salud, educación humanista y ocio creativo/activo. Esta medida podría acabar con el desempleo crónico en países como España, además de mejorar la productividad por trabajador empleado.
I
mponer diferencias salariales que no superen el 500×100 dentro de la misma empresa ni el 1000×100 en el conjunto del país. Ejemplo práctico: salario medio de una empresa, 2.000 euros mensuales. El máximo no podrá superar los 7.500 y el mínimo rebajar los 1.500. En el conjunto del país, si el salario mínimo es de 1.000, el máximo no podrá superar los 10.000. Todas las profesiones, incluidos los deportistas.
El argumento de que los “mejores” emigrarían, no se sostiene: ¿a dónde irían los dirigentes del IBEX 35 y otros poderosos del capitalismo español? ¿En dónde están hoy José María Cuevas, Díaz Ferrán, Arturo Fernández, etc? En cuanto a los que, de verdad, aportan al conjunto de la sociedad avances en los campos científico, técnico, educativo, de salud, etc., estarían más que realizados personalmente trabajando en condiciones óptimas desde el punto de vista profesional.
Es conveniente recordar la respuesta de D. Severo Ochoa cuando le ofrecieron regresar a España: “solo necesito un laboratorio en el que poder continuar con mi trabajo”. Los Benjumea, Cebrián, Rato (con emolumentos millonarios mientras las empresas que dirigían -Abengoa, Prisa, Bankia, respectivamente- se hundían en crisis profundas) los Botín, Cristiano Ronaldo, etc., habrán ganado más dinero en un solo año que D. Severo Ochoa en toda su vida. Comparemos la aportación a la sociedad de cada uno de ellos y concluiremos que así no se puede continuar. 
Política fiscal muy progresiva, especialmente sobre las personas y corporaciones que alcancen beneficios importantes. Estamos en los años de mayores diferencias salariales de la historia de la revolución industrial, y de mayor acumulación de capital en menos manos. Y esta situación debe acabar.
Sanidad pública, universal y gratuita para todos. Se favorecerá la investigación y se pasarán al sector público todas las entidades privadas. No se podrá hacer negocio con la salud colectiva.
Lo mismo en cuanto a la Educación: Pública, universal y gratuita. Obligatoria e igual hasta los 18 años. No existirá educación privada de ningún tipo. Se fomentará la igualdad de sexos y de razas. No existirá “enseñanza religiosa” ni se permitirá la difusión de supersticiones. Sí podrá haber, englobadas en la asignatura de Historia y Sociedad, temas que estudien y analicen las diferentes “creencias” y su origen y evolución. Tanto la Sanidad como la Educación serán los dos sectores privilegiados en inversiones del Estado.
Desarrollemos el punto 1. Consumo de comida: muchos debemos ingerir menos alimentos. Hay cosas muy absurdas, como disponer en España de manzanas o kiwis de Chile y Nueva Zelanda, o de agua de Lanjarón en Asturias o de agua de Galicia en Granada. Un camión de 30 toneladas consume unos 300 litros de gasoil para recorrer mil kms. Como ejemplo máximo de ridiculez, he visto en un restaurante Carta de Aguas, con una de las islas Fiji a precios astronómicos.
La ingesta de proteínas de origen animal debería disminuir en los países “desarrollados”; una de las causas de la deforestación es la búsqueda de pastos para la ganadería vacuna y la producción consiguiente de carne.
El consumo en energía y tiempo es grotesco. Hay que acostumbrarse a alimentarse con los frutos, hortalizas, lácteos y carnes nacionales, siempre que sea posible. Y más en este país, privilegiado en ese aspecto. Normal que el Norte de Europa consuma productos frescos del Sur. Pero ir a Oceanía, a Asia o a  América por ellos no tiene ningún sentido.
Todo esto se enmarca en una filosofía que debería tender a disminuir el comercio a grandes distancias, especialmente de productos no esenciales, y a fomentar el transporte ferroviario en detrimento del efectuado por carretera.
Habría que eliminar el déficit real de viviendas para acabar con los “sin techo”, sin ningún paternalismo trasnochado: ayuda y asunción de responsabilidades por parte de los beneficiados. Seguramente sería factible habilitar en un primer momento hoteles que van a sobrar en todo el mundo en los próximos meses. Asimismo, algunos hoteles podrían adecuarse para residencias de ancianos y de estudiantes, o para ambulatorios y hospitales. Se evitaría así la quiebra que va a producirse inevitablemente en este sector.
Limitación de los viajes “turísticos”, sobre todo a largas distancias. Recuerdo, hace ya quince o veinte años, a una pareja joven en una Agencia de Viajes. Dice ella ante un cartel que lo anuncia: “Cariño, ¿nos vamos a la isla Mauricio?” Y a continuación: “Por cierto, ¿dónde está eso?”.
El turismo masivo se ha convertido en otro consumo de masas inaceptable, con compañías aéreas que no cumplen otra función “social” que ganar dinero a manos llenas transportando masas de seres humanos a pasar un fin de semana a lugares en los que el ocio, el alcohol o las drogas de todo tipo son más baratas o accesibles (no es tangencial: muchos británicos “ahorran” dinero emborrachándose en Cataluña o Baleares,  con el coste mínimo del transporte aéreo. Quien sufre es GEA). Despedidas de soltera o soltero en otros países, breves estancias para tostarse al sol, viajes para hacer compras en Londres, París o Nueva York…
Se me viene a la memoria, era el verano de 2004, la pregunta de un anciano español a sus acompañantes en un museo de Oslo, tras las explicaciones de una excelente guía noruega: “…y yo me pregunto ¿dónde están ahora esos vikingos…?”. Viajar por viajar, sin contenido alguno.
Ayuda masiva contra el hambre, el analfabetismo, la superstición, la natalidad, en los continentes pobres, según el grado de miseria. No será la misma lucha en Colombia que en Zaire. Ayuda real a los países pobres con una progresiva condonación de la deuda externa y una revisión seria de los tratados “de libre comercio”. Hemos llegado a extremos ridículos, como que en Colombia o Senegal se vendan ajos de China. También a Senegal llegan cebollas ¡de Holanda! 
Plan mundial de lucha por la homogeneización social, cultural, científica, dedicando mayor esfuerzo a las sociedades más pobres y más oprimidas. Atención especial a África. Al fin y al cabo, todos somos africanos…
Sustitución de los minerales fósiles por energías “limpias” (ninguna lo es plenamente; hasta los paneles solares tienen que fabricarse) y reducción consciente del consumo en los países ricos, mejorando la calidad de los productos y prolongando su vida útil. 
En el caso de Asturias, debería exigirse la sustitución de los puestos de trabajo perdidos en las centrales térmicas y el transporte con creación de nuevos puestos de trabajo equivalentes en energías alternativas (eólica, solar, geotérmica, maremotriz…).
En los próximos años, el consumo eléctrico doméstico puede multiplicarse, especialmente por la noche, debido a la adquisición de vehículos eléctricos o híbridos, que necesitarán recargarse con frecuencia. Dato que favorece la que debería ser una revolución en la obtención de electricidad mediante las energías mencionadas anteriormente, incluyendo la producción propia en las casas mediante paneles solares.
Ha de favorecerse la investigación en este campo tan esencial, en el que España era líder mundial hace unos años, y que políticas equivocadas han relegado. 
Hemos producido en Asturias carbón, acero, electricidad, aluminio, zinc, ácido sulfúrico y otros productos básicos para la industria de transformación de toda España, pagando un altísimo precio en términos de contaminación ambiental o de enfermedades.
Yo mismo nací a escasos cien metros del “portón” -entrada principal- de la siderúrgica Duro Felguera. En poco más de un km. a la redonda había dos factorías químicas con cientos de trabajadores, una central térmica alimentada por carbón, y decenas de talleres de fundición y metalúrgicos, además de varias minas de hulla.
Probablemente, el lugar de más alta contaminación de España durante mucho tiempo, en un estrecho valle encajado entre montañas, con varios ríos de aguas negras en aquella época, uno de ellos, el Nalón,  el más caudaloso de la vertiente cantábrica. En términos de salud, un laboratorio perfecto para el estudio de enfermedades respiratorias, cáncer, etc. Con una esperanza de vida netamente inferior a la de las áreas rurales de la región. En menor medida, también el valle hermano del Caudal y las ciudades de Avilés y de Gijón padecieron condiciones similares.
Por ello, Asturias debería ser ahora recompensada con industrias nuevas y relativamente limpias. Conozco bien, por razones familiares, la ciudad de Pittsburgh y su cinturón industrial, en los valles de los ríos Allegheny y Monongahela, en el estado de Pensilvania y que había sido una Asturias a gran escala. No hace muchos años, tras el cierre de altos hornos y de minas, Pittsburgh fue considerada la ciudad de mejores condiciones para vivir en los Estados Unidos, con grandes centros universitarios, industria sanitaria y de nuevas tecnologías, quizá algo parecido a la evolución positiva que está ocurriendo en Bilbao. No así en Asturias, en donde no pocas ayudas europeas, manejadas por gente ignorante pero sin escrúpulos, se malgastaron de mala manera. 
Finalmente, no olvidemos que navegamos todos en un vehículo planetario y que todos debemos ser responsables del bienestar de los demás. Sin solidaridad y esfuerzo colectivos, el futuro de la Humanidad no luce muy prometedor, que digamos.

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