El país donde las discotecas son más importantes que las escuelas


Estudiantes en un aula de la Universidad de Girona se preparan para hacer sus exámenes de admisión en julio.
Credit...David Borrat/EPA vía Shutterstock


MADRID — Fútbol, playas, corridas de toros y discotecas. Las prioridades en la apertura de España tras meses de confinamiento se podían leer como una declaración de intenciones sobre la visión del país. Finalmente, a una semana del comienzo del curso escolar, nuestros políticos han decidido abordar lo que consideran menos urgente: la educación de millones de estudiantes.

Atrás quedan meses desaprovechados, advertencias ignoradas y planes por hacer. La falta de previsión que ha sumido en el desconcierto la reapertura de las escuelas es parte de una gestión lastrada por la opacidad, la falta de datos fiables, la inconsistencia y la lentitud de reacción por parte de los gobiernos central y autonómicos. Y así, tras sufrir una de las peores primeras olas de contagios, España se enfrenta ahora al peor rebrote de Europa.

¿Puede haber mayor prueba de la urgencia de reformar la educación que la incompetencia de una clase política producto de sus deficiencias? La pandemia ha desnudado un modelo escaso de medios, con un profesorado mal pagado y desmotivado, planes de estudio anclados en el siglo XIX y una creciente desigualdad que permite a las familias con recursos eludir las carencias del sistema con apoyo extraescolar, enseñanza privada y cursos en el extranjero para sus hijos.

El inicio del curso, previsto en algunas partes del país para el 4 de septiembre, se producirá en mitad del caos de una huelga de estudiantes, estrategias diferentes en cada región y planes improvisados para reducir a toda prisa la ratio de alumnos, reorganizar horarios, contratar profesores e implementar medidas que debieron ser planeadas con meses de anticipación, como en otros países. Lo sorprendente habría sido que unas autoridades que abandonaron el sistema educativo a su suerte hace décadas hubieran hecho los deberes a tiempo.

La comprensible decisión de intentar reabrir el país cuanto antes para salvar la temporada alta del turismo —“salimos más fuertes”, decía el lema gubernamental— ha sido gestionada con dejadez e irresponsabilidad. El ocio nocturno permaneció abierto semanas después de haber sido identificado como un foco de contagios, se autorizaron multitudes en celebraciones de todo tipo y se trasladó el mensaje de que la batalla estaba ganada, aplausos al presidente Pedro Sánchez incluidos.

Mientras la autocomplacencia se instalaba en el gobierno, las autonomías recuperaban las competencias en sanidad y educación sin haber organizado los sistemas de rastreo y seguimiento de contagios que han frenado la expansión en otros lugares. El resto es un resumen de la historia reciente de España: partidos políticos y ciudadanos peleándose sobre quién tiene la culpa, si la derecha o la izquierda, de un fracaso colectivo pilotado por los políticos peor preparados de la democracia.

El resultado es que España incumple los requisitos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de los expertos del Instituto de Salud Global de Harvard para una apertura segura del curso escolar, incluido el de mantener un número de contagios inferior a 25 casos por cada 100.000 habitantes. La incidencia es hasta veinte veces superior en algunos de los distritos de Madrid más afectados. El riesgo es que los estudiantes, que el curso pasado obtuvieron un aprobado general, reciban un segundo año de enseñanza mediocre e incompleta. Si hay un país que no se lo puede permitir, es España.

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